miércoles, 19 de septiembre de 2012

"Allá, donde muere el olvido."

Dicen que estamos condenados a recordar las desgracias eternamente, y que un día aprendemos a vivir con esa carga o acabamos perdidos en un oscuro vacío, dicen también que perder la conciencia de lo que una vez nos atrapó es la mejor salida, dicen que aquel amor,aquel día, aquella carrera que perdimos siempre está mejor como un recuerdo escondido bajo la cama. Dicen tantas cosas.
Afuera llueve, caen pequeñas gotas seguidas como cabellos cristalinos, recorren las hojas de las plantas como unas niñas pequeñas lo hacen en el parque, surcan el enlosado,es una imagen tranquila, posiblemente hasta bella al tener una apariencia tan natural,  acarician mi ventana y las observo silencioso, preguntándome qué pasaría si no existiese la memoria, si aquella estampa no pudiera quedar en mi cabeza tras acabarse.
¿Realmente sería mejor olvidar todo en vez  de rememorar aunque conllevase tener también en el archivo las caídas?
No lo sabía.
Me vino a la mente entonces, salido de la nada, un recuerdo lejano. Era pequeño y un señor mayor me sostenía la mano, yo lo miraba callado, de igual manera que ahora estoy aquí frente al escritorio y él solo se limitaba a acariciarme el pelo.
Recuerdo que él tenía siempre la mirada perdida, muchas tardes en las que me acercaba a observarlo ni si quiera miraba, era como una estatua.
La última tarde que lo vi fue diferente a todas, me contempló curioso y me dijo:
-¿Quién eres tú?
- Soy Pablo, tu nieto, ¿recuerdas?
-Hijo ese es mi problema que ya no me acuerdo de nada. No sabes como es la vida, si a esto se le puede llamar así despertándote cada mañana sin saber qué hiciste. Pablo, nunca lo olvides, no hay nada peor que el olvido, podemos tener pésimas historias en la mente, pero no debemos hacerlas desaparecer porque entonces nunca aprenderemos a no cometer los mismos errores. De igual modo es necesaria la memoria, pues vivir en el olvido no es vivir, solo pasar los días sin sentir que has vivido nada. 


No volví a saber de él jamás y hoy, que ya la barba recorre mi rostro, me doy cuenta de todo lo que me dijo, me parezco tan estúpido por querer olvidar todo, tan iluso he sido por un desamor, por un concurso perdido, por una pérdida, tanto había dramatizado todo, tanto había rogado por perder la memoria, y ahora, pensando en aquel señor que sin opción dejó de vivir aún respirando y moviendo los ojos, siento que nunca debí despreciar los recuerdos.

Sí, habían sido nefastos, pero por suerte, mañana al despertar sentiría que los había vivido.

                                                                    Arturo G. Z.

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