martes, 30 de julio de 2013

"En apariencia"

Sacó el revólver, rasgó el aire con su pólvora y apagó una luz.
Oscuridad.
Y así miles de relatos, de historias, de noticias. Luces que se apagan por culpa del dinero, del orgullo o del dolor.
Pasan los años y seguimos siendo los mismos, igual de equivocados, creyendo aún muchos en el poder de la fuerza y no de la maña, en el poder de las armas y no en el de tus ojos, creyendo que una mueca de enfado ayuda más al mundo que una sonrisa.
Creemos tantas cosas.
Aún sigue en nuestro mundo la misma barrera de intolerancia, de opresión, aún vale más el oro que la persona, aún los niños siguen muriendo de hambre o de agotamiento por trabajar de sol a sol por culpa de otros que desean enriquecerse a cualquier precio.

Él se sentó en el último banco del parque, sacó unas migajas de pan del bolsillo y comenzó a echárselas a las palomas. Un rato después se sentó a su lado un señor, de su misma quinta y estatura:
-Buenas tardes Juan, ¿cómo va todo?
-Bien, va bien. Aquí estamos dándole de comer a las palomas.
-Ay Juan que bueno eres, como cuidas de los animales.
Pasaron un tiempo así, observando a aquellas aves viajeras que aprovechaban las migajas de Juan.
Después apareció en la escena otro señor, de la misma quinta, de la misma estatura pero con la ropa  y la barba desaliñada, junto con una pequeña bolsa en la mano se les acercó.
-Buenas tardes señores...
-Váyase de aquí, no damos limosnas- contestó Juan soltándole las últimas migajas que le quedaban a las palomas.
-Pero señor...
-Lárguese, no le vamos a dar nada. No pensamos ayudar a alguien que va con esas pintas. Seguro que serás un cara dura, por eso tienes esa vida.
-Pero...
-Váyase de aquí, mequetrefe. Por personas como usted la vida está como está- contestó el acompañante de Juan.
Aquel hombre dejó la bolsa en el suelo, sacó un bolígrafo y un trozo de papel, escribió algo y lo dejó junto a la bolsa. Seguidamente se fue y se perdió en el atardecer.
Juan y su amigo siguieron charlando y a la noche, cuando ya estaban agotados, se levantaron.
Juan curioso observó como la bolsa de aquel tipo desaliñado seguía en el suelo y la nota no se había movido.
Se acercó y cogió el papel.
-Vamos a ver que ha escrito el mendigo este que solo quería nuestro dinero- le dijo a su acompañante.
Se atusó el bigote, se colocó correctamente la camisa, el reloj y comenzó a leer:
 "Estimado señor: se dejó esta bolsa ayer en el metro, he investigado y  venido hasta aquí para devolvérsela, que tenga un buen día"
Juan se echó a llorar. Lloró como nunca antes lo había hecho. Y al cabo de un gran tiempo, cuando ya no le quedaban lágrimas, dijo con un fino hilo de voz:
-Solo quería devolverme la bolsa.



                                                                     Arturo G.Z.



sábado, 27 de julio de 2013

Tú me haces humano


Luchamos tanto por aquello que conocemos, por lo cotidiano, subsistimos para seguir moviendo las mismas fichas que pocas veces nos planteamos otras diferentes.
Cerramos el tarro del café, suspiramos, abrimos el grifo, nos colocamos la corbata, o quizá la capucha, todos los días el mismo proceso, el mismo ritual. Recorremos los mismos metros y soñamos, si acaso alguna vez soñamos, con aquello que ya conocemos.
Volvemos, nos desvestimos, nos acostamos y nos apagamos hasta el  día siguiente.
Mañana tras mañana como autómatas. Vivimos en una era de máquinas y quizá por ello nos hemos vuelto nosotros también iguales.
Los pequeños ya no juegan con soldados de plástico, han decidido escoger  la quietud de los videojuegos, nosotros mismo ya no somos los de antes, ¿miramos más a nuestro amor a los ojos que al móvil?
Somos máquinas, autómatas.
-¿Dónde quedó nuestra humanidad?- se preguntan muchos.
No obstante, yo creo aún en nosotros, sé que somos algo más que ojos persiguiendo una pantalla, sé que amamos tanto, que sentimos tras todo aquello que nos ha ido encarcelando poco a poco.
Y lo sé cada vez que te veo, cada vez que vislumbro en ti la mecha de la esperanza.
Nos hemos escondido tras las tecnologías, nos hemos separado, hemos creado barreras, fronteras digitales, nos hemos clasificado dependiendo del material tecnológico al que podíamos llegar a acceder, nos hemos encerrado en él.
Pero yo, cada vez que observo tu mirada, noto como me vuelvo humano.
El amor todo lo puede- dicen.
Tu amor a mi me puede- digo.

Quizá sea eso lo que nos falta, tal vez la culpa no la tengan la pantallas, sino nosotros que, vacíos, hemos recurrido a ellas. Y siempre ha sido así, hemos preferido la batalla a los besos, el dinero a tu pelo, a lo largo de la historia nos hemos centrado en otras cosas porque siempre hemos creído que el amor era un engaño. Pero, yo cada vez que te veo, no lo creo.
Amemos todos más, olvidemos lo que nos separó algún día, las mentiras que nos contaron los medios y la publicidad, dejemos atrás nuestras cicatrices, olvidémoslo todo y amemos más.

Porque yo cada vez que te veo lo tengo  más claro: tú me haces humano.